Cuando llega la avaricia de los codiciosos, todo se llena de penumbra; el sol se pierde y la niebla, baja hasta los cauces del río, nos estremecemos y pensamos que todo está perdido, hasta que llega la mañana y arrastra la maldad y las malas artes de los mezquinos guerreros de la noche. Los de siempre.
Hay paz, cuando desaparecen, cuando sus gritos se apagan con las primeras luces del alba y sus risas se mezclan con el rocío.
Hace frío, pero ya llega el momento en que los hombres vuelven a sus casas, abren sus ventanas y el aire de la mañana entra hasta los más pequeños rincones de su corazón.
Volvemos a esperar que nunca vuelvan a nuestro lado y que se pierdan con las últimas horas de la noche.