lunes, 22 de junio de 2009

EL RUIDO DEL ASFALTO


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Fran recorría la ciudad entre los coches y las personas que iban y venían, se cruzaban con él y nadie le miraba; estaba inquieto, pero a la vez tranquilo por ver que siempre conseguía lo que quería y si no era así, era un hombre peligroso.

Entró en la oficina y se dirigió como siempre hacía su despacho en el fondo de una gran sala llena de personas y equipos informáticos, la mirada al frente, sin saludar, sin querer percatarse de que aquellas "cosas" que estaban en la gran sala, no se merecían ni una sola palabra, estaban allí por dinero; y a él, eso no era le suponía un problema, había nacido en el seno de una familia acomodada del norte de Madrid y su obsesión por el trabajo, era su única meta.

A escasos metros de la puerta de su despacho, estaba como siempre Aurora, su secretaría personal, una fiel y discreta mujer que vestía trajes serios, pero elegantes. Aurora era una mujer impenetrable, nunca hablaba de sus sentimientos con los compañeros, nadie sabía nada de su vida y todo se centraba alrededor de D. Francisco Mar, nunca se comunicaba y todo era seriedad, lo único que D. Francisco la pedía.

- ¡ Buenos días D. Francisco ! -
- Le he dejado el café en su mesa-

Fran continuaba andando mientras leía los papeles que Aurora le daba, pero no la miraba, sólo asentía levemente con la cabeza, mientras la lanzaba los informes a las manos, blancas, de dedos largos y cuidadas uñas, de su fiel secretaría. Seguidamente, cerraba la puerta de su despacho y cerraba los ojos, esos ojos que podrían clavarse como dagas en el pecho de cualquier trabajador de la empresa.

LO IMBORRABLE

LO IMBORRABLE
Nada hay pequeño