miércoles, 9 de marzo de 2011

IMPREGNANDO RUIDOS (Soliloquios refrendados entre el acero y la rabia)


Herrajes de acero prensado
en las fraguas del rendimiento afligido,
que destronando cerraduras ceñidas,
llenan la noche de hurtos y gritos
en aquellas frases escondidas y concebidas
en el taller de los ruidos resecos
de las gargantas llenas de espuma.
Rezuman olores mezclados de desconcierto
entre tiernos estertores de los cuerpos
que claman a lo lejos, la libertad vedada
de los somnolientos tornasoles nacarados.
Halos de luz encerrados que se encuentran
para no perecer de desidia en cada amanecida.
Razones injustas que no nos dieron
o que tal vez, tuvimos y las perdimos
por vacilaciones e ingratos reproches
que regurgitaban de nuestras ansiedades indignas. 
Necedades que sustentan las venas
por donde transitan los cortos espacios
de nuestra existencia, que nos conducen
a las autopistas que parten la tierra en dos;
segmentando tu parte y la mía
como si de un corte de un rayo se tratase.
Teclados que nos ofrecen fluidos armoniosos
para dejar impregnados los instantes
que nos deja la vida
a cada paso que damos.
Y en cada paso, en cada jadeo
que nos deponen las lágrimas,
pasamos del mar al cielo
o de la dicha a la rabia;
o simplemente,
pasamos de la alegría a la pena.
Y pasamos. Pasamos.
Pasamos pasando de todo o de nada
sin mirar atrás, sin ver lo que dejamos

o lo que nos podría pasar.

IMPREGNANDO RUIDOS (Soliloquios refrendados entre el acero y la rabia)


Herrajes de acero prensado
en las fraguas del rendimiento afligido,
que destronando cerraduras ceñidas,
llenan la noche de hurtos y gritos
en aquellas frases escondidas y concebidas
en el taller de los ruidos resecos
de las gargantas llenas de espuma.
Rezuman olores mezclados de desconcierto
entre tiernos estertores de los cuerpos
que claman a lo lejos, la libertad vedada
de los somnolientos tornasoles nacarados.
Halos de luz encerrados que se encuentran
para no perecer de desidia en cada amanecida.
Razones injustas que no nos dieron
o que tal vez, tuvimos y las perdimos
por vacilaciones e ingratos reproches
que regurgitaban de nuestras ansiedades indignas. 
Necedades que sustentan las venas
por donde transitan los cortos espacios
de nuestra existencia, que nos conducen
a las autopistas que parten la tierra en dos;
segmentando tu parte y la mía
como si de un corte de un rayo se tratase.
Teclados que nos ofrecen fluidos armoniosos
para dejar impregnados los instantes
que nos deja la vida
a cada paso que damos.
Y en cada paso, en cada jadeo
que nos deponen las lágrimas,
pasamos del mar al cielo
o de la dicha a la rabia;
o simplemente,
pasamos de la alegría a la pena.
Y pasamos. Pasamos.
Pasamos pasando de todo o de nada
sin mirar atrás, sin ver lo que dejamos

o lo que nos podría pasar.

PARA VOSOTRAS


CORBATAS Y MEDIAS CAÍDAS
(Mujeres que escalan montañas cada día)

Suena el despertador que te llena de inquietud,
de esos pesares que hacen resquebrajarse el día,
que permanecen inquietándote hasta la noche.

Rápidas duchas y desayunos sin palabras,
carteras de colegio, bocadillos de nocilla,
prisas en coche, semáforos en rojo.

Oficinas repletas de sueldos de hombres,
igualdades olvidadas debajo de las mesas,
promesas perdidas por embarazos nuevos.

Miles de papeles a lo largo del escritorio,
paseos de café para llegar a los despachos,
insinuaciones sucias y vómitos en el servicio.

Lágrimas depositadas en aulas de universidades,
reproches cerrados en oficinas de corbata,
medias caídas, escotes pronunciados.

Ilusiones derrochadas y alojadas en el pasado,
turbios pensamientos de profesiones truncadas,
de sueldos menores, de promesas sin fecha.

Vuelta a los colegios, a los semáforos,
a las meriendas, a los deberes, a los celos,
al ruido de lavadoras y barreños.

Suenan campanadas en el reloj de pared.
Todavía no ha llegado él; vuelve a tardar.
Olor a perfume; disculpas sin sentido.

Se tumba en la cama, cierra los ojos,
sueña con versos, recorre tus senos.
Date la vuelta. Vuelve mañana.

LO IMBORRABLE

LO IMBORRABLE
Nada hay pequeño